Cuando Hineko abrió los ojos lentamente, parpadeando para aclarar su visión, una fuerte molestia en seguida sacudió su estómago. Acarició la superficie de su vientre alzándose sobre la cama con un largo suspiro y maldijo a Lucci en voz baja al recordar el fuerte golpe que la había propinado. Tres días. Habían dictado su sentencia de muerte en 72 horas. Eso no era mucho. Obligó a su mente a funcionar tan rápido como fuera posible, pensando la manera de escapar de aquel lugar. Avanzó un poco por la habitación y advirtió que habían cerrado firmemente la ventana que antes había estado siempre abierta, y por la que Kaku a veces acostumbraba a entrar tras sus incursiones por la ciudad de Enies Lobby. La cerradura de la puerta profirió un crujido metálico y la muchacha se giró instintivamente, en guardia. Tras ella apareció la silueta renqueante y cabizbaja de Kaku. Alzó la vista para mirarla con gesto abatido y culpable, y Hineko pudo observar un perfecto círculo amoratado en torno a su ojo derecho que se extendía hasta buena parte del pómulo. "Lo siento" murmuró simplemente, con un hilo de voz frágil. La pirata observó como el muchacho bajaba la vista hasta esconderse de nuevo tras la visera de su gorra y sentarse despacio, como un alma en pena, sobre la cama. Algo dentro de ella se retorció causándole una sensación inesperada. Lástima. Tragó saliva y se sentó junto a el, pasando una mano suavemente sobre la espalda de Kaku suavizó el tono de su voz hasta dejar escapar una nota de cariño.
-Lo intentaste...-
Él pareció notarlo de inmediato porque volvió a posar la vista sobre los ojos de la chica, y casi parecía sorprendido por el gesto.
-No dejaré que mueras aquí...ni de esta forma...- Dijo, con algo mas de seguridad, y ella le dedicó una ligera sonrisa.
-Solo tu puedes ayudarme...pero no debes dejar que se enteren...podrías perder todo lo que tienes. -su mano recorrió la espalda de Kaku hasta sujetar la gorra y apartarla de su cabeza despacio, dejando libre el cabello pelirrojo del chico.
-Haré lo que sea necesario...-la mirada de los ojos de él se intensificó sobre los de la pirata- cualquier cosa...-
Lo se...-sonrió Hineko, con disimulada eficiencia- lo se tesoro...
Lentamente lo atrajo hacia ella, tirando suavemente de su nuca, hasta depositar un beso leve sobre sus labios , que él se tomó la libertad de intensificar considerablemente, acercándola a su vez por la cintura. La muchacha hizo un leve amago de separarse, pero Kaku no parecía tener intención de soltarla, y poco a poco se fue dejando caer sobre ella, hasta que Hineko estuvo recostada sobre las suaves sábanas blancas de la habitación. El cerebro de la chica le advertía que era el momento de pararle los pies, ella debía llevar el control de las situaciones, no él. Por el contrario su cuerpo no parecía responder, y se limitaba a pasar los dedos de las manos suavemente entre los cabellos del muchacho, alborotándolos con facilidad. A cada impulso involuntario que su cuerpo se permitía tener, ella se reprochaba a sí misma el tenerlo. Sus mejillas se encendieron lentamente al notar los dedos de Kaku abrir la cremallera de su corsé y colarse furtivamente bajo éste. En una ligera divagación pensó para sí misma que era un estado parecido a cuando te acabas de despertar y te quedas mirando a la nada durante incontables minutos, sin que tu cuerpo se digne a moverse. No puedes luchar contra tus impulsos. De pronto sentía todos sus sentidos agudizarse. El peso del chico sobre ella se hacía notable ahora, podía oír su respiración acelerada y el roce suave de sus ropas a la perfección. Suspiró sin querer. Estaba demasiado cerca. Notaba la presión que ejercía su cadera sobre la de ella. Permitió que la desnudara y ella hizo lo propio con él, dejando ahora que sus pieles entraran en contacto, cálidas y suaves, recorridas por una especial química. Él le rodeó la cadera con las manos, sujetándola con fuerza, y cuando sintió que su corazón daba un extraño vuelco al notar como entraba dentro de ella lentamente, sus labios dejaron escapar un sonido placentero a la vez que una extraña incomodidad se instalaba en su pecho.
Suspiró para sí, y se preguntó si la araña no estaría enredándose en su propia tela.
***
Lucci la había arrastrado a lo largo de todo el pasillo de calabozos, y ahora sus tobillos se resentían de rozar contra la fría y dura piedra del suelo. La dejó caer sin cuidado dentro de su celda y le dejó los grilletes aprisionando sus muñecas a su espalda. A pesar de todo, ella no lloraba por eso. Poco le importaba ya el dolor a estas alturas. Tampoco su muerte la atormentaba. No podía negar que el hecho de morir la asustaba, pero aún mas la asustaba que él pereciera con ella...
Él...
Roronoa Zoro.
Aquél espadachín bruto y sin modales. Aquella bestia salvaje de pelo verde y cicatrices incontables que adornaban su piel bronceada. Aquél hombre testarudo e inaccesible que tan solo con ella mostraba que en lo mas profundo de sí mismo escondía una personalidad capaz de ser cariñosa en las noches mas frías, y llenar el hueco de su cama. Si, aquél marimo sin cerebro le había robado el corazón mucho tiempo atrás. En cuanto lo había conocido al unirse a la tripulación Mugiwara algo dentro de ella se había encendido, y era una llama que jamás se apagaría mientras siguiera con vida. Mientras siguiera con vida...
Pero ahora, aquella otra bestia, muy distinta de Zoro, iba a arrebatarle su vida. Y con ella, todo su amor, que desvanecería con su existencia. Rob Lucci...
Alzó la vista desde el suelo para contemplar los ojos fríos que la observaban desde arriba, juzgándola, sentenciándola, despreciándola. Esa mirada que siempre le recordaba que ella era una pirata, y eso era sinónimo de ser la basura del mundo. A lo largo de aquellos días había aprendido a odiarle tanto como le temía. Pero también le temía tanto como la fascinaba...
Era un hombre atractivo y frío, sin escrúpulos, con un radical sentido de la justicia y que no reparaba dos veces a la hora de quitar una vida. Era justo su tipo.
Se inclinó despacio para mirarla mas de cerca.
-Vas a morir.- Le dijo simplemente, con un tono de voz monocorde y carente de interés. Noe trató de endurecer el gesto aunque solo le salió una extraña mueca al reprimir sus ganas de llorar. - Y él morirá contigo.- Sabía que podía ver a través de sus ojos. Ella era transparente ante él. Sabía lo que pensaba, sabía lo que temía y lo que anhelaba en todo momento. Y eso la enfurecía.
-N-No...no moriremos...él...él me sacará de aquí...ya lo verás...- murmuró, negándose a darse por vencida.
Su respuesta provocó que Lucci esbozara una lenta y divertida sonrisa. Ver como toda su fe de salvación se desvanecía por momentos parecía divertirle. Ese hombre frustraba todas sus esperanzas. Bajó la cabeza y dejó que su cabello castaño cubriera su rostro, y la apartara de la mirada de hielo de Lucci.
-Te dejaré a solas...para que puedas llorar la muerte de tu amado en paz.- Dijo él, alzándose de nuevo con un toque triunfal. Caminó hasta la puerta y la cerró con un estruendo metálico. Así de fácil le arrebataba su libertad.
-Todos vuestros esfuerzos han sido en vano...- Noe le oía, pero no quería escucharle. Sus palabras eran dolorosas como puñales. A pesar de esto, Rob Lucci continuó- Al final la justicia siempre vence. -
A través de los cabellos castaños pudo ver la sonrisa brillante del miembro del CP9, que la observaba como un depredador observa a su presa.- Y a fin de cuentas...¿qué eres tú, si no una débil mariposa, retorciéndose entre los hilos de la araña?...-
***
La frente de Zoro se estrellaba una y otra vez contra los barrotes de la celda. Un gran moratón de aspecto bastante feo había aparecido ya sobre su piel, pero eso no le hacía detenerse. Tras él, Sanji observaba entre los mechones de su flequillo rubio, fumando silenciosamente de un cigarro a medio acabar.
-Zoro...- La voz algo ronca de Sanji quebró la quietud del calabozo, solo perturbada por los rítmicos golpes del espadachín.- Llevas horas así...no ves que no consigues nada? Te vas a matar las pocas neuronas que te queden...-
Zoro detuvo por un instante su retaíla de golpes para observar al cocinero, que le miraba con gesto apagado. Despacio se acercó a el con gesto amenazante y por un momento Sanji abrió algo mas los ojos al observar el rostro ensombrecido de su compañero.
-No voy a permitir...que ninguno de estos marines de mierda la vuelva a lastimar...- Estaba tan serio que Sanji no tuvo una réplica que darle.
-Tu también te fijaste no?...en las marcas...de todo su cuerpo...- murmuró Sanji, dedicándole una mirada escrutadora al espadachín. De pronto una energía cargada de rabia pareció sacudir a Zoro que propinó una brutal patada a la pared, justo al lado de la cabeza de Sanji. El cocinero ni se movió.
-Ni se te ocurra mencionarlo, ni mucho menos divagar sobre ello...me oyes?...- El otro no contestó, y Zoro pareció darse por satisfecho- Lo que me fascina es que tu hayas estado ahí tirado, como si estuvieras muerto, mientras sabes que en algún recoveco de este apestoso lugar está encerrada la mujer que se supone que amas.
Sanji escupió el cigarro, clavando una mirada de advertencia en los ojos grises del espadachín.
-Borra ahora mismo ese "se supone" de la frase...- Zoro torció el gesto y asintió.
-Es solo que no lo parece-
-Yo se lo que piensa ella de mi...-murmuró el cocinero, dejando caer la cabeza de nuevo con un renovado gesto de impotencia. - Que solo soy un cabezahueca y pervertido, incapaz de no mirar a cada mujer hermosa que se cruce en mi camino...
-No se equivoca tanto...- Zoro rodó los ojos y Sanji le dirigió una mirada severa que le hizo suspirar y rectificar para arreglarlo-...pero le gustas- Un suspiro se escapó de los labios del muchacho rubio, y el espadachín se sentó junto a él en silencio- Mira...tu eres un idiota...pero si de verdad la quieres, eso debería hacerte mejor persona. A su lado, cambiarás para bien...por y para ella...te lo digo por experiencia.
Los ojos de Sanji se iluminaron levemente con un retazo de esperanza al escuchar sus palabras y Zoro sonrió, desafiante.
-Demuestra que te mereces cada gota de su amor...- El espadachín se levantó de golpe y le mantuvo la mirada. Despacio, el cocinero siguió sus pasos, y sus maltrechas piernas crujieron de forma desagradable cuando tuvieron que soportar todo el peso de su cuerpo, pero a pesar de ello no volvió a sentarse.- Estas conmigo?...
Sanji sacó un cigarro de su chaqueta y se lo llevó a los labios. La llama de la cerilla iluminó su rostro y le devolvió la sonrisa.
-Vamos a arrancarlas de las garras de esos insectos asquerosos...-
Ambos dirigieron una larga mirada a la puerta de la celda y a sus oscuros y helados barrotes. Tomaron aire, dejando de la atmósfera húmeda y pesada inundase sus pulmones, y retrocedieron para coger impulso. Y esta vez fueron dos golpes metálicos los que resonaron por todo el calabozo.
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